Empiezo por
determinar el tema con el que trabajaré; si puedo elegir libremente la
temática, reflexiono sobre los temas que me interesan y elijo alguno sobre el
que deseo profundizar o aprender más; si es impuesta y me es desconocida,
inicio una búsqueda al respecto para formarme una idea más precisa. Una vez
determinado el tema, indago sobre las fuentes bibliográficas o hemerográficas
que pueden resultarme útiles, ya sean físicas o virtuales: reviso autores,
títulos, introducciones e índices para confirmar su pertinencia en el marco de
mi investigación. Posteriormente, recolecto la bibliografía y empiezo a leer
con detenimiento: subrayo las ideas principales o las transcribo y escribo mis
comentarios; si alguna idea no me queda
clara, vuelvo a leer y tomo notas o hago pequeños esquemas para comprenderla;
si encuentro vocabulario nuevo, hago uso del diccionario y si a pesar de mis
esfuerzos, me topo con algún tema o concepto muy difícil de entender, utilizo
Internet para esclarecerlo (vídeos, wikis, sitios web).
Procuro
formarme un panorama lo más completo posible de la temática que trabajo y entonces
empiezo con la redacción. Establezco la problemática que debo resolver y la
manera más apropiada de exponerla. Presento una introducción, planteo los
objetivos de mi escrito, desarrollo mi tema y ofrezco conclusiones. Conforme
escribo, reviso los textos que analicé y
los utilizo para guiarme y hago paráfrasis de los mismos, con su respectiva
cita, o los cito textualmente; si es
necesario, realizo otras lecturas o busco más información. Leo una y otra vez
lo que he escrito para evitar omisiones y ponerme en el lugar del lector y verificar
la ortografía y coherencia de mi texto. Al final leo el texto completo y
determino si el resultado es satisfactorio y ajusto detalles como la
tipografía, el interlineado y la alineación del texto.
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